1 – Primer contacto con el paciente
Esta primera fase, que llamamos evaluación, consiste en escuchar a la persona: qué le pasa, cuáles son los síntomas, desde cuando le ocurre, qué ha intentado por sí misma para resolver el problema, qué le ha funcionado, qué no…
Para ayudarnos a conocerlo mejor utilizamos instrumentos de medida, como cuestionarios o inventarios, adecuados y específicos para la problemática que presenta.
También le explico, en términos generales en qué consiste el proceso terapéutico. Aquí comienza el establecimiento de la relación terapéutica, básica relación para lograr el éxito del proceso y que se seguirá construyendo a lo largo de las siguientes fases.
Normalmente, empleamos para esto dos o tres sesiones.
2 – Establecimiento de proceso terapéutico
Tras la evaluación y una vez establecidas las hipótesis de trabajo, acordamos los objetivos terapéuticos, es decir qué es lo que queremos lograr y cómo hacerlo.Esta es una fase en la que se aportan herramientas y nuevas estrategias de enfrentamiento al problema y se enseñan las técnicas específicas necesarias para ello.
Nuevamente aquí es muy importante la relación terapeuta-paciente, en cuanto que supone una negociación y un pacto a la hora de cumplir las tareas que propone el terapeuta.
Esta fase, que es más didáctica, nos ocupa tres o cuatro sesiones más, dependiendo de las necesidades de cada caso.
3 – Obtención de resultados
En este momento, que es la fase de intervención propiamente dicha, es cuando se ponen en funcionamiento las nuevas estrategias de afrontamiento y empezamos a ver cuáles son las dificultades que aparecen en el camino, ya que siempre hay que contar con las resistencias que opone lo aprendido para establecer los nuevos hábitos y aprendizajes. Esto requiere entrenamiento por parte del paciente y mucho apoyo y refuerzo por parte del terapeuta, lo que será muy efectivo si es fuerte y válido el vínculo terapéutico.
Esta fase es más larga en el tiempo, unos tres meses, ya que trabajamos aprendizajes que han de establecerse en el tiempo, con aciertos y fallos (muy importante) y que ambos, terapeuta y paciente, hemos de constatar que son cambios estables y fiables.
Finalmente, entramos en la fase final del proceso, la fase de seguimiento, en la que espaciamos la frecuencia de las sesiones, con el fin de comprobar que el paciente funciona solo, que es autónomo y efectivo en sus actuaciones y si hemos logrado los objetivos terapéuticos planteados al comienzo de la intervención.